Antes de que leyeseis estas líneas me gustaría aclarar que éste es un artículo que hace unos años publiqué en Editorial Harwin y que he recuperado y revisado para la ocasión. Espero que os guste.
Ya ha acabado el verano, la
playa, el transcurso de horas muertas que se invierten en cualquier banalidad.
El funeral del estío da lugar a la rutina, a la vuelta al cole que provoca en
los padres sonrisas de dimensiones directamente proporcionales a las lágrimas
de sus hijos que han de volver a ocupar los pupitres. Éste no es un artículo estrictamente
académico, sino algo más distendido. Os voy a escribir sobre mi viaje por
algunas ciudades de Andalucía: Jaén, Granada y Córdoba. También quería aclarar,
antes de contaros mis andanzas, que viajar es una de las mejores maneras de
conocer. Para ello sólo se necesitan dos cosas: avidez por aprender y buena predisposición
a descubrir maneras diferentes de hacer las cosas y de ver la vida. Viajar es
absorber como una esponja todo cuanto ves, aprender de las experiencias en un
lugar extraño y precisamente de esto versa lo que ahora escribo.
Aquel domingo Esther
—mi pareja— y yo dejamos nuestro Levante natal para llegar por la noche a Jaén.
Esta ciudad se remonta a época prerromana —aunque se sabe que ya había alguien
habitando el lugar desde el paleolítico. A finales del siglo III a.C., en plena
guerra púnica, fue tomada por P. Cornelio Escipión. Por aquel entonces los
romanos la llamaron Aurigi. Fue un
emplazamiento de especial importancia en al-Andalus, máxime tras pasar a manos
cristianas en 1246 bajo el reinado de Fernando III de Castilla, ya que a partir
de ese momento se convertiría en un puesto fronterizo desde donde se
realizarían incursiones al reino de Granada. Sin embargo, tras la caída del
último baluarte islámico peninsular Jaén perdió su potencial estratégico. A
partir de 1833, con la nueva ordenación territorial actual, Jaén recuperó
cierto status, dado que pasó a ser
capital de provincia.
Allí nos encontramos con
Lorenzo, un viejo amigo del Erasmus en Atenas, que nos hospedó en su casa.
Llegamos hambrientos del viaje y éste nos llevó a un bar para echarnos unas
cervezas que incluían una tapa de regalo. En Castellón esto es impensable, aquí
pocos dan duros a cuatro pesetas (Nota mental: hay que dejar de usar estas
expresiones, que hacen parecer viejo). Quizás te ofrezcan un pequeño plato con
aceitunas o frutos secos. En cambio, aquí irse de cañas es sinónimo de darse un
pequeño festín. Además, tal y como rezaba el cartel de una de las paredes de un
bar: «la tapa que aquí le damos es un obsequio del patrón. Si protesta la
quitamos, no sea protestón que la tapa es un regalo y no una obligación». Eso
sí, admito que en ocasiones tuve miedo de pedir una nueva cerveza, ya que caña
tras caña me fui sumergiendo en un estado de empacho permanente motivado por el
tan español sentimiento de aceptar las cosas por ser gratuitas y no por
necesidad.
El pequeño flamenquín. Fotografía propia |
En aquel lugar pedimos
flamenquín —que era de grande como mi brazo, sin exagerar en absoluto. Para
ayudar a la digestión, nuestro anfitrión nos llevó a dar un paseo por el centro
de la ciudad. Visitamos la plaza de la Constitución (que según mi amigo ha sido
rebautizada popularmente como la plaza de
los Botijos debido a su decoración), paseamos por los intrincados
callejones de la Judería y llegamos la plaza de Santa María, presidida por la catedral
de la Asunción. Por la noche subimos al cerro de Santa Catalina junto a Juan
Diego, otro erasmus que se unió a
nosotros. La vieja e iluminada fortificación observa desde la altura el paso de
los siglos, quizá añorando los tiempos en que sus funciones defensivas eran vitales
para la ciudad.
Vista nocturna del castillo. (Fuente: https://farm9.staticflickr.com/8287/7840309136_af483a20b4_b.jpg) |
Este emplazamiento en altura ha
sido ocupado desde la edad del bronce y la arqueología ha descubierto evidencias
que pertenecen a un oppidum (o fortaleza) ibérico
—del que todavía pueden apreciarse unos restos sobre los que se construyeron
las defensas islámicas— o a época romana. Con la conquista musulmana, en el
siglo VIII se levantó un nuevo castillo, aunque lo que vemos hoy en día
pertenece principalmente a los siglos XI XIII, momento en que al-Ándalus había
dejado de ser una unidad política y se había fragmentado en un mosaico de
reinos de taifas, por lo que debieron mejorar muchas de las estructuras
defensivas tal y como sucedió en este caso. Como ya se ha dicho, Jaén pasó a
manos cristianas a mediados del siglo XIII y los nuevos dueños también han
dejado su huella a través de numerosas y sucesivas reformas. Por tanto, lo que
vemos hoy sobre el cerro de Santa Catalina hemos de entenderlo como una mezcolanza
de estructuras de diferentes épocas que se han debido adaptar a las
circunstancias de cada momento. De hecho, actualmente hay un parador turístico
en el propio castillo. En mi opinión, merece la pena hacer una visita nocturna
y maravillarse con las vistas de una ciudad iluminada desde el cerro. Después
de una caminata tan larga y extenuante, el premio estaba ganado, así que nos
fuimos de nuevo a tapear.
Vista nocturna de Jaén desde el cerro de Santa Catalina. Fotografía propia. |
A la mañana siguiente, salimos
Esther y yo a dar un agradable paseo bajo el cielo despejado que nos llevó al
museo arqueológico y de Bellas Artes —en el que se encuentra una de las mejores
colecciones de restos arqueológicos de época ibérica del país. Muy recomendable—
y de nuevo a la catedral de la Asunción. Este edificio datado en el siglo XVI sustituyó otro gótico del siglo
anterior. Es una de los construcciones más destacables del renacimiento español
y opera prima de su autor, Andrés de
Vandelvira, uno de los referentes del Renacimiento español y a quien se le
dedica una estatua en la plaza ubicada tras el ábside de la catedral. No
obstante, la portada que vemos es posterior, de 1660, y constituye una de las
principales representaciones del barroco en España. Además, en esta catedral se
custodia una de las reliquias más relevantes de la cristiandad: el Santo Rostro (1),
exhibido a los fieles una vez al año. La Asunción fue una firme candidata a ser
declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO dado que sirvió de modelo a
diferentes catedrales españolas y americanas. Aunque en 2014 retiraron su
candidatura por el momento.
Catedral de la Asunción (Fuente: http://www.turjaen.org/sites/default/files/catedral.jpg) |
El hecho de pasear sin la
compañía de tu anfitrión hace que por la fuerza se preste mayor atención al
lugar en el que te encuentras. Por ello tuvimos la ocasión de comprobar el
grado de amabilidad de sus habitantes, que no dudan en facilitar cualquier
información que les preguntes. Gracias a este hecho no tuvimos ningún problema
en encontrar todos los lugares que queríamos visitar. Para acabar nuestra
estancia, dicen que es de bien nacido, ser agradecido (¡Hala! ¡Otra expresión
de viejo). Así que hicimos una paella para nuestros anfitriones. No salió tan
suculenta como esperábamos, pero compartir el plato que había sobre la mesa fue
nuestro gesto de gratitud antes de marchar. En breves os seguiré contando esta historia. Espero que esté siendo de vuestro agrado.
(1) El Santo Rostro tiene que
ver con el paño de la Verónica. Es decir, durante el martirio de Cristo esta
mujer se apiadó de Jesús y le dio un paño para que por lo menos pudiese
limpiarse el sudor. De hecho se cree que el que se guarda en Jaén es este paño
y de ahí su importancia.
Para saber más
- Fotovídeo de la ciudad de Jaén:
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